Primero, veinte de mayo y Paz

Tha day The Post burned

Para Lulu

John Thomas Wilford de León fue mi padre adoptivo.

Su padre, Heriberto Wilford, fue un legendario abogado cubano que en sus años mozos se dedicó, entre otras cosas, a ponerle bombas a los esbirros de Machado.

El abuelo  de mi padre adoptivo, que también se llamó John Thomas Wilford, fue durante muchos años el editor y director general del periódico “The Havana Post”, el más importante de los periódicos americanos que se publicaron en Cuba durante la República. En algún momento Machado cerró ese periódico y envió a su director a un exilio que resultó bien corto.

En el año 1965 Paul Davis, un periodista que trabajó en el “The Havana Post” —y que ya para entonces vivía en los Estados Unidos—  publicó dos artículos en el “St. Petersburg Independent” recordando sus tiempos de reportero allá en La Habana del año 1925.

Esos dos artículos se refieren —valgan las efemérides— a las dos fechas que menciono en el título de esto que hoy llamamos —valga la casualidad— un post.

Si decido compartir con ustedes las traducciones parciales de esos dos artículos de Paul Davis no es sólo por los nexos familiares o por la curiosidad que puedan generar, sino porque creo que  ilustran, a escala reducida y salvando todas las distancias, una buena parte de eso que hoy muchos llaman “el diferendo cubano-americano”.

Recordando un primero de mayo cubano

Por Paul Davis

El domingo fue primero de mayo —día internacional del trabajo—, un día celebrado de distintas maneras alrededor del mundo, ya sea con regalos de flores o, como en muchos países, con grandes celebraciones dedicadas a los trabajadores y con muy poco énfasis, si es que alguno, en favor del capital.   

Recordamos muy bien nuestra primera experiencia con un Primero de Mayo en un país donde los sindicatos se lo tomaban con la mayor seriedad.

El lugar fue La Habana, Cuba. El año fue 1925. El trabajo era de editor de noticias del Havana Post. “El primero y el más grande periódico americano de Cuba; establecido antes de la república, leído por más personas en Cuba que el resto de las publicaciones en lengua inglesa combinadas”,  como declaraba en un cintillo a lo largo del tope de su primera página.

Además, se publicaba todos los días del año.

Un editor pintoresco

John T. Wilford, oriundo de Alabama, era el editor, el director general y un hombre verdaderamente pintoresco.

La oficina del Post estaba en la calle Zulueta, a una cuadra más o menos del Parque Central. En una de las esquinas estaba el famoso bar Sloppy Joe’s, en la calle Virtudes y extendiéndose sobre el lado sur de la cuadra del Post estaba el salón Muldoon’s, y debajo de las oficinas del segundo piso del Post había un garaje y un restaurante chino llamado Chung-Wah.

Éramos nuevos en eso de trabajar en un periódico en Cuba, llevábamos dos semanas en el asunto cuando llegó la víspera del Primero de mayo.

Wilford, o el viejo, como todo el mundo lo llamaba, llegó alrededor de la nueve masticando, como de costumbre, un gran tabaco negro y anunciando que esa tarde se iba a casa temprano. Después añadió: “Por cierto, es probable que ustedes reciban hoy algunas llamadas telefónicas preguntando si el Post saldrá publicado mañana, que es Primero de Mayo”.

“Esos son los representantes de los sindicatos de los periódicos cubanos diciendo que cada periódico cubano dejará de salir publicado en honor a los trabajadores cubanos, y que el Post también debería hacerlo”.

“Ellos hacen esas protestas cada año, y también harán algunas amenazas” añadió. “No se alarmen. Sólo díganles que el Havana Post, el más antiguo periódico cubano en lengua inglesa, se publica tradicionalmente los 365 días del año, y no cerrará por un Primero de Mayo.

“Si se ponen pesados díganles que se vayan al carajo”

Defendiendo el fuerte

Y con eso Wilford dijo buenas noches y partió, dejándonos a la defensa del fuerte.

Ya habíamos escuchado historias de bombas y del temperamento excitable de los cubanos. Era cierto que durante la víspera del Primero de Mayo precedente una bomba había sido lanzada contra la imprenta del Post, que estaba en el piso de abajo; pero fue desviada y no hizo ningún daño.

Bueno, podría pasar de nuevo, pensamos, sin dejar de mirar hacia las escaleras que daban a la calle, medio esperando ver una bomba explotar desde allá abajo.   

Hubo algunas llamadas de los sindicatos esa noche. Leo V. Coakley, un bostoniano trasplantado que estaba al frente del cuarto de empalme, era quien reportaba.

“Esa sonó fea”, dijo de una que entró a las doce.

Nada pasó esa noche.

El día que se quemó el Post

Paul Davis

Fue el 20 de mayo de 1925. Fue en La Habana, Cuba. El evento esperado era la inauguración de Machado como presidente. Miles de personas abarrotaban las calles. Era, además, la fecha de la independencia de Cuba.

Ese día hubo, también, un evento fuera del programa. Alrededor de las cuatro de la mañana, y después de terminar de imprimir el número dedicado a la jornada inaugural, se hizo cenizas la oficina del periódico en lengua inglesa The Havana Post. Fue un accidente, no hubo sabotaje.

El Post, que había salido a la venta los siete días de la semana desde la época de la guerra Hispano-Americana, se encontraba entonces en la calle Zulueta. En la acera de enfrente y a una cuadra de distancia había un enorme parque público, cubierto de palmeras, que colindaba con el patio del Palacio Presidencial.       

En la esquina de la calle Zulueta estaba el famoso bar para turistas Sloppy Joe’s. Al lado del Joe’s había un restaurante chino llamado Chung-Wah que colindaba, en unos de sus costados, con un hueco lo suficientemente grande como para albergar una bomba de gasolina que le daba servicio a los taxis que se reunían, como moscas alrededor del azúcar, en esa esquina.            

Más abajo, en la misma calle, estaba el alto y majestuoso hotel Sevilla Biltmore.

Un amigo que estaba al tanto de  lo que había sucedido nos invitó esa mañana a subir hasta el jardín que había en la azotea del hotel, nos invitó con la excusa de mostrarnos una vista que era única, con su Castillo del Morro y la Fortaleza de la Cabaña.

Después nos llevó al otro lado del hotel para mostrarnos una vista diferente. Lo que vimos fue sobrecogedor. Bien por debajo de nosotros estaban las ruinas todavía humeantes del edificio del Post.

—     ¡¿Qué c…?!—preguntamos

El vendedor de gasolina de la planta baja fue el culpable. Su piso estaba impregnado de  combustible, que se había colado entre las ranuras sin que nadie supiera bien desde donde. Hubo una explosión y el edificio del Post se vino abajo antes del amanecer. Alguien había dejado caer uno de esos fósforos cubanos encerados, todavía encendido, sobre la gasolina.

Todos los registros comerciales del Post, excepto unos pocos que estaban en la caja fuerte, fueron destruidos. Toda la maquinaria quedó inservible.

Un huerfanito español, que dormía en una esquina del cuarto de montaje, había muerto entre las llamas.

El editor, John T. Wilford, un americano oriundo de Alabama que había adoptado a Cuba como su hogar, se reunió con unos oficiales de la policía que escribieron unos largos informes. La mayor parte de los empleados del Post se congregaron en el Joe’s bar para discutir la nueva situación.

Wilford anunció bien pronto que el Post saldría publicado al día siguiente. Para lograrlo pidió prestada la oficina del periódico de su hermana, The Telegram.

El trabajo empezó. Cada línea del próximo número tenía que ser reimpresa. El logotipo y el nombre del periódico en la primera plana tuvieron que hacerse de nuevo. Los anuncios clasificados fueron replanteados a partir de los periódicos que habían escapado de la fogata matinal.

El equipo del cuarto de empalme se puso a trabajar desde temprano. Las máquinas de linotipo eran viejas y crujientes. Las roturas se sucedían. Los periodistas de los diarios de La Habana pasaban a ver cómo se las estaban arreglando sus colegas. Algunos dieron una mano.

Las autoridades relevaron a Wilford de cualquier responsabilidad en la muerte del muchachito, que se llamaba José Paz. Después de todo, Wilford le dio un lugar para dormir bajo techo y lo hizo ir a la escuela.

Wilford era todo un personaje— uno de esos de buen corazón.

Allá en La Habana había un mulato viejo y flaco, Henry Shelton, que juraba cuando bebía, que era casi siempre, que había sido un gran campeón de marcha olímpica en los Estados Unidos.

Wilford había dado la orden de que todos los días le dieran a Henry cuarenta copias gratis del Post, para que las vendiera y pudiera pagar su comida.

Bueno pues, el Post salió de la desvencijada imprenta alrededor de las nueve de la mañana del día después del incendio. Leo V. Coakley, que todavía vive en California, estaba a cargo del cuarto de empalme y se las arregló para acelerar el trabajo rellenando los huecos en las páginas con moldes de metal hechos a partir de esteras. Como editores de noticias nosotros agarramos cualquier cosa que sirviera para hacer los rellenos.

Henry W. Shelton, el marchista, tuvo ese día sus periódicos gratis. En lo que a Henry concernió toda aquella noche sólo había sido un pequeño incidente —ya cerrado. Su vida podía continuar sin preocupaciones.

Pero pasaron meses antes de que el Post pudiera volver a establecerse de forma permanente, y en una de las famosas calles habaneras del pecado.

Hoy el Havana Post ya no existe, Castro se encargó de eso. 

 

Acerca de reynelaguilera

La Habana, 1963. Médico. Bioquímico. Escritor. Desde 1995 vive en Montreal.
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10 respuestas a Primero, veinte de mayo y Paz

  1. Gracias por este cofre necesario Cesar!

  2. iyamiami dijo:

    John Thomas Wilford y de Leon, fue un amigo entranable de mi juventud. La ultima vez que le vi, tras alrededor de una decada sin habernos visto, fue en Manzanillo, a donde ambos fuimos enviados a uno de los tantos planes irrealizables del castrismo. La verdad es que fui creyendo que iba a encontrarme con el amigo de correrias del 70 y 71, con el amigo gusanisimo con el que aprendi no poco de nociones de democracia, no pocas veces con el aporte inteligente y simpatico del viejo Heriberto y la dulzura de Hortencia. Pero encontre un total extrano, otra persona, tan distante que la visita no se repitio.
    Sin embargo, casi tres decadas despues de esa ultima visita, el carino y el recuerdo por aquel joven de los 70, me han hecho poner su nombre en el buscador y encontrarme con su hijo adoptivo. Donde quiera que este Johnny, dile que un viejo sesenton que se llama Justo Ruiz Malherbe, lo sigue recordando y queriendo. Esta nota es la prueba.

  3. iyamiami dijo:

    Perdonar dices? Me rompe el corazon la noticia… conociendolo bien, quien sabe si el mismo anduvo hoy haciendose recordar una vez mas y haciendome escribir su nombre. Si a un amigo quise como a ningun otro fue a ese gordo. Lo he llorado esta noche y no ha pasado un dia despues de aquella visita, en que no me preguntara que le paso. Yo tenia en aquel entonces muchos lios politicos en Cuba, era un «apestado» y creo que mi visita, mas que por el mismo, no fue bienvenida por sus circunstancias de entonces. Aunque rezo pocas veces, hoy le dire yo mismo en mis oraciones lo que antes te pedi le transmitieras.

  4. iyamiami dijo:

    Reynel, varios amigos tenemos un blog colectivo, esta es la direccion, me ha gustado lo que escribes y voy a colocar tu blog en los enlaces.
    los4gatos.wordpress.com
    googleando «el blog de los 4 Gatos» igual te va a salir enseguida. Tal vez encuentres cosas interesantes alla y desde luego eres bienvenido a comentar.

  5. CR
    Muy bueno tu historia del The Havana Post y por ende del Johnny como lo conociamos, al senor Justo le dire que tuve una experiencia similar con el en el ano 79 or 80, pero anos despues reconocio su error cosa que no le pregunte pero tuvo esa gentileza. Felicidades por el articulo y el tiempo que le dedicas a investigar estas historias.

  6. Jorge Alejandro Fortuny Soto dijo:

    Hoy no sé por qué, nostalgia, necesidad de un consejo, busqué el nombre de nuestro padre en la red y me encuentro con esto, una linda investigación sobre su familia. las lágrimas vinieron solas, sin ser esperadas.

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