Herbert L. Matthews y una noticia más que falsa

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El 24 de febrero de 1957, en su edición dominical y en una coincidencia de fechas plagada de simbolismo, el periódico The New York Times publicó la famosa entrevista de Herbert L. Matthews con Fidel Castro.

Mucho se ha escrito desde entonces sobre esa entrevista. Unos a favor de la supuesta imparcialidad del periodista gringo, y otros para reclamar que aquello no fue más que una vergonzosa operación de relaciones públicas.

Una buena parte de la defensa de Matthews siempre se ha basado en el hecho de que un periodista no puede reportar lo que no ve, o lo que nadie le ha dicho, y que si Fidel Castro le mintió descaradamente –como todo parece indicar que hizo— entonces la responsabilidad debe recaer sobre el engañador y no sobre el engañado.

El problema con esa defensa es que muchas de las cosas que Matthews reportó en su entrevista no dependieron, para nada, de las palabras de Fidel Castro y fueron, a la luz de hechos que eran bien conocidos en aquella época, unas mentiras garrafales o unas omisiones muy sospechosas.

Para empezar, la primera oración del artículo de Matthews dice así: Fidel Castro, el líder rebelde de la juventud cubana está vivo y luchando duro y con éxito en la escabrosa, casi impenetrable, fortaleza de la Sierra Maestra.

De una forma inconcebible para cualquier conocedor de la realidad cubana de esa época Matthews se cargó, de un plumazo, a José Antonio Echeverría y a Frank País –dos líderes rebeldes indiscutibles de los jóvenes cubanos de aquella época—. Solo de esa forma pudo el periodista gringo declarar a Fidel Castro como el líder rebelde de la juventud cubana.

Acto seguido Matthews no solo declara que Fidel Castro está vivo, sino que lo pinta luchando con éxito contra lo que él define como la crema del ejército de Batista.  Estamos hablando del 24 de febrero de 1957, solo dos meses y medio después de que la tropa de Fidel Castro fuera casi aniquilada en Alegría de Pío y quedara reducida a 18 hombres.

Estamos hablando de un escaso mes después del asalto al cuartelito de La Plata, y del tiroteo en Arroyo del Infierno, dos acciones en las que la tropita de Castro mató a nueve (otras fuentes dicen que fueron seis) soldados de Batista. Eso había sido todo hasta ese momento.

Se puede decir que Matthews no tenía por qué saberlo; pero también se puede responder que bien pudo haberlo preguntado. Ese era su trabajo, y se trata, a mi entender, de una pregunta evidente para un hombre con la experiencia que él tenía como corresponsal de guerra. Pero lejos de hacerla, o lejos de querer descubrir que hasta ese momento Castro tenía más de 60 bajas y Batista solo nueve, o seis, se dedicó a escribir que hasta ahora las tropas del ejército están luchando una batalla perdida.

En el tercer párrafo continúan las mentiras cuando Matthews dice que esta es la primera noticia cierta de que Fidel Castro todavía está vivo y en Cuba. Pobres vendedores del periódico Norte, allá en la ciudad de Holguín, que el 18 de diciembre de 1956 salieron a pregonar sus ejemplares bajo el grito de ¡Fidel Castro está vivo, lo dice el Norte! Pobres periodistas de ese periódico que, sin ser gringos y a riesgo de sus vidas, casi se metieron en la Sierra Maestra para confirmar que el líder del Movimiento 26 de Julio no había muerto en Alegría de Pío. Dos meses después Herbert Matthews les robó la primicia y la Historia se los tragó.

En el siguiente párrafo Matthews sigue en lo suyo y asegura, sin citar fuente alguna, que el 15 de febrero explotaron 18 bombas en Santiago de Cuba. Por más que he intentado encontrar una referencia bibliográfica, aunque sea una sola, de esas 18 bombas el resultado ha sido negativo. Nadie las refiere, solo Matthews y sin explicar, en contra de las más elementales prácticas del periodismo moderno, de dónde demonios sacó el dato.

A partir de ahí Matthews se dedica a demostrar, concienzudamente, su abismal desconocimiento sobre el tema que está tratando. Dice, por ejemplo, que “Fidel Castro tuvo que huir de Cuba en 1954 y vivió durante un tiempo en Nueva York y en Miami”. ¿Se habrá confundido con la luna de miel del susodicho?, porque lo cierto es que Castro tuvo que salir de Cuba en 1955 y fue a parar a México.

Después de escribir esas sandeces entra el gringo en el tema de la famosa entrevista, aunque no sin antes llamar dos veces Playa Olorada a Las Coloradas, escribir Juan Ameda en lugar de Juan Almeida, o decir, otra vez sin aportar prueba alguna, y en contra de lo que realmente estaba sucediendo, que: resultaron ser ciertos los reportes que llegan a La Habana sobre los frecuentes enfrentamientos y las fuertes pérdidas de las tropas gubernamentales.

Leer la entrevista es descubrir que se trata, como con casi todas las cosas que tuvieron que ver con Fidel Castro, de un compendio de contradicciones. En la introducción Matthews dice, por ejemplo, que la Sierra Maestra es una fortaleza casi impenetrable. Igual, durante la conversación leemos a Castro decir, sobre las tropas de Batista, que “ellos no quieren pelear, y no saben cómo luchar en este tipo de guerra de montañas. Nosotros sí”.

Guau, impresionante que en apenas dos meses y medio la tropita de Castro ya había aprendido a luchar en las montañas y había logrado mantener a raya al ejército de Batista. Es para erizarse de admiración de no ser por un detalle: Durante todo el viaje hacia el campamento de Castro, y durante toda la entrevista nadie habló en un tono normal de voz, las comunicaciones siempre fueron, incluida la de la propia entrevista, en el más bajo de los susurros posibles.

Así lo escribe Matthews: Nadie podía hablar, en ningún momento, por encima del tono de un susurro. El Sr. Castro dijo que había columnas de las tropas gubernamentales por todos los alrededores de nosotros, y que la única esperanza de ellos era capturarlos a él y a su banda.

Creo que la pregunta que a cualquier periodista se le hubiera ocurrido es: ¿Ven acá, chico, si ustedes son tan buenos en la guerra de montañas, y ellos son tan malos y no quieren pelear, por qué tenemos que hablar en susurros? Si están aquí, y por todos los alrededores, como tú dices, entonces es que son, al menos, tan buenos o tan malos como ustedes para este asunto, ¿no?

Esa pregunta brilló, literalmente, por su ausencia. Hacerla habría implicado reconocer que la Sierra Maestra no era una fortaleza tan impenetrable como Matthews había dicho al inicio de su artículo, o que en ese momento la tropita de Castro no pasaba de ser unos cuantos tipos encaramado en una loma y huyendo de un ejército que tenía muy poco interés en capturarlos. Eso es lo que eran.

Otro elemento contradictorio de la entrevista es la frase de Castro diciendo “Yo siempre estoy en la primera línea”. Una aseveración que para cualquier cubano suena ridícula y sospechosa, porque no forma parte de nuestra cultura que un verdadero guerrero se dedique a decir cuan bueno o valiente es. No creo que alguien en Cuba pueda imaginar a Ignacio Agramonte, a Antonio Maceo o a Juan Bruno Sayas diciendo en una entrevista que ellos siempre estaban en la primera línea del combate.

Dime de qué alardeas y te diré de qué careces, reza el viejo refrán; pero eso es algo que Matthews, como todo buen gringo, no tenía por qué saber. Lo que sí pudo haber hecho fue conectarlo con la información que dio, sobre Fidel Castro, cuando escribió lo siguiente: Estaba vestido con un uniforme color gris-oliva y portaba un rifle con mirilla telescópica del que estaba muy orgulloso. Parece que sus hombres tienen un poco más de cincuenta de esos rifles, y él dice que los soldados de Batista les temen mucho. “Con estas armas podemos tumbarlos a mil yardas, dijo”.

Yo no sé mucho de arte militar, pero por lo poco que he leído sí puedo asegurar que un rifle de largo alcance, y de recarga por cerrojo, es un arma muy incómoda para la primera línea de un combate. Herbert L. Matthews, con sus más de veinte años como corresponsal de guerra, tiene que haberse dado cuenta de ese detalle contradictorio, pero lejos de eliminarlo, o presentarlo bajo otra perspectiva, decidió dejarlo así. Quizás para insinuar que la heroica lucha de sus aguerridos castristas no era más que un jueguito de tiro al blanco contra los ineptos soldados de Batista.

Como era de esperarse, los efectos de la publicación de esa entrevista no se hicieron esperar. Muchos jóvenes cubanos, convencidos de que la cosa en la Sierra Maestra era asunto de coser y cantar, subieron para sumarse a la lucha y descubrieron, algunas veces al costo de sus vidas, que se habían dejado engañar miserablemente. Hasta dónde yo sé, Herbert L. Matthews nunca les pidió disculpas a sus familiares.

Para el bando de Batista la entrevista también tuvo un efecto devastador. La credibilidad del gobierno, que se había dedicado a correr el bulo de que Fidel Castro estaba muerto, sufrió un duro golpe. Al mismo tiempo los soldados gubernamentales, ya de por sí desmoralizados por la propaganda anti batistiana dentro de Cuba, supieron de buena tinta (la del The New York Times) que si se rendían les perdonarían la vida. Había esperanza.

Pero el efecto más devastador de ese artículo fue, por desgracia, el inicio del desplazamiento de la opinión pública estadounidense hacia una verdadera y muy negativa valoración del régimen de Fulgencio Batista; pero acompañada, en lo que aun fue peor, de una aceptación acrítica de la figura de Fidel Castro. Un desplazamiento que alcanzó su punto culminante en el embargo de armas decretado por los EE UU al gobierno de Batista, una medida que le dio la estocada final al desmoralizado ejército batistiano.

Durante mucho tiempo se ha discutido sobre la verdadera naturaleza de las intenciones de Herbert L. Matthews. Los argumentos de esas discusiones han ido desde que el tipo era un romántico empedernido que se quiso dejar engañar, hasta que Fidel Castro era una especie de geniecillo criollo capaz de pasarle gato por liebre al propio Odiseo. Hoy en día, y ya con una idea cada vez más clara sobre la existencia de las noticias falsas, es posible decir que la entrevista de Herbert Matthews puede ser vista como un ejemplo cimero de esa plaga.

Podría ser, pero creo que hay mucho más que eso.

Cualquier persona que esté medianamente relacionada con el trabajo de Inteligencia de los antiguos países del bloque comunista –y de los Partido políticos que estos manejaban en el llamado mundo occidental– puede percatarse de que la entrevista de Matthews a Castro fue algo mucho más elaborado que una sarta de noticias falsas hilvanadas por un alma bienintencionada: fue el inicio de una campaña de medidas activas.

La diferencia entre una noticia falsa y una campaña de medidas activas es, por decirlo de alguna forma, la diferencia que existe entre una nota musical y una sinfonía. Las noticias falsas son, por lo general, hechos aislados y no concatenados; mientras que las campañas de medidas activas son una colección de noticias, falsas algunas y otras no, que en apariencia pueden parecer aisladas, pero que se repiten con cierta regularidad y que casi siempre van acompañadas de acciones que de alguna forma las apuntalan. Cuando esas noticias son analizadas en su conjunto muestran tener una gran capacidad para alcanzar efectos u objetivos preconcebidos.

Si algo llama la atención en el caso de la entrevista de Herbert Matthews es que a partir de ella la revolución cubana pasó a convertirse en un fenómeno mediático en los EE UU y, en consecuencia, en el mundo. Matthews, ya sabemos, no se quedó en un solo artículo. En ese mismo mes de febrero publicó dos más, y todos muy bien escritos para demostrar, en contra de toda lógica y veracidad, que Batista estaba irremediablemente perdido.

En unos cuantos meses aquello se convirtió en la revolución de las entrevistas y los articulitos. En marzo de 1957 la revista Life publicó una foto de Fidel Castro fumando tabaco con Herbert L. Matthews en la Sierra Maestra y la acompañó con un comentario igualando al cubano con Robin Hood.

En abril de 1958 el periodista Robert Taber y el camarógrafo Wendell Hoffman subieron a la “cercada” y “casi impenetrable” fortaleza de la Sierra Maestra para filmar, nada más y nada menos, que un documental sobre los barbudos. En mayo de ese mismo año la revista Life volvió a la carga con otro artículo sobre unos gringuitos que se habían alzado con Castro y habían decidido regresar a los EE UU.

No deja de ser irónico observar que hasta mayo de 1957 las gloriosas tropas de Fidel Castro habían tenido más apariciones mediáticas que combates reales. Y a partir de ahí raro fue el trimestre, de los escasos dos años que Fidel Castro estuvo en la Sierra Maestra, que su cuartel general no fuera visitado por algún periodista extranjero.

En enero de 1958 el The New York Times les regaló a los barbudos todo un editorial, y en febrero de ese año Castro fue entrevistado por Andrew Saint George, otro periodista de esa publicación. En abril, y como ya era habitual, la revista Life publicó algunas de las fotos de esa visita. Ese mismo mes se inició la campaña internacional y empezaron a llegar a la Sierra Maestra periodistas de Argentina, España y Brasil.

Todos esos tontos útiles, agentes de influencia, o simples mercenarios, ayudaron mucho a diseminar las noticias sobre la estúpida y real brutalidad del régimen de Batista; pero se cuidaron muy bien de mencionar la propia brutalidad desatada por el castrismo: las bombas en los cines, las personas quemadas en los incendios, las ejecuciones sumarias por sospechas de delación, el primer secuestro aéreo de la historia, las extorsiones a simples comerciantes o el secuestro de civiles estadounidenses. Nada de eso fue presentado como lo que realmente fue: terrorismo cobarde e indiscriminado.

Todos esos supuestos profesionales de la información callaron muy bien el hecho de que nadie en la historia de la Cuba republicana, incluyendo al propio Fulgencio Batista, había matado tanto como Fidel Castro para llegar al poder. El efecto de esos silencios asimétricos, o de esa campaña de medidas activas, fue el surgimiento de dos ciclos de retroalimentación, uno negativo para Batista y sus seguidores y otro positivo para Fidel Castro y los suyos.

Una de las personas que más se benefició de esos ciclos de retroalimentación fue el propio Herbert L. Matthews. Su predicción temprana de que Batista estaba condenado a la derrota lo cubrió con un halo de sabiduría sobre la situación cubana y lo fue convirtiendo, poco apoco, en el gran sabedor de Cuba dentro de los medios estadounidenses y, sobre todo, dentro del Departamento de Estado de los EE UU.

Ya para la segunda mitad del año 1958, Matthews era el hombre a escuchar a la hora de tomar decisiones diplomáticas sobre Cuba. De más está decir que eso contribuyó mucho al famoso embargo de armas decretado contra Batista, y a la desmoralización final de sus tropas.

Hoy se puede asegurar que el artículo publicado por el The New York Times el 24 de febrero de 1957 no fue escrito por un hombre engañado. Herbert L. Matthews fue un camarada con tarea, un agente de influencias que se metió en la Sierra Maestra como parte de un plan de medidas activas que se iniciaría a partir de ese momento. La suya no fue una predicción genial, la suya fue un ejemplo perfecto de esas profecías que se validan a sí mismas (self-fulfilling prophecies).

Las palabras de Hebert L. Matthews ayudaron muchísimo a hacer realidad sus predicciones sobre la inevitable derrota de Batista.

Acerca de reynelaguilera

La Habana, 1963. Médico. Bioquímico. Escritor. Desde 1995 vive en Montreal.
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11 respuestas a Herbert L. Matthews y una noticia más que falsa

  1. Lazaro Jordan dijo:

    Muy buen artículo. Uno se da cuenta que lo de lo Fake News o noticias falsas no es una tendencia que surgió ahora en la presidencia de esta administración. Lo voy a pasar a varias personas que creo les puede interesar. Lazaro Jordan

    >

    • Muchas gracias, Lázaro. Las fake news son tan viejas como la política; pero las fake news como parte de las campañas de medidas activas son tan viejas como la teoría leninista de la revolución. Ya hablaré de eso en otros posts sobre este tema que, en realidad, son fragmentos de «El Soviet caribeño» que tuve que sacar por razones de espacio.

  2. Jose Alvarez dijo:

    Excelente análisis el de la entrevista de Matthews con Fidel Castro. El público debe conocer que los servicios prestados por el periodista del The New York Times a la causa castrista no terminaron con la escritura de los tres famosos artículos. Regresó a Cuba en julio de 1957, visitando a Frank País en su escondite en Santiago de Cuba. Cuando triunfa la revolución castrista es recibido en La Habana con todos los honores. Es entonces cuando comienza a prestar sus mejores servicios.
    Uno de ellos se relaciona con el remiendo a la historia del Moncada. Las leyendas y mitos diseminados a partir de los actos bélicos del 26 de julio de 1953 sirvieron de base a lo que hemos llamado «mitología fidelista». Fidel Castro describió vagamente el plan militar y las acciones siguientes en La historia me absolverá. No es hasta después del triunfo que elaboró sus relatos en declaraciones a escritores extranjeros, como Merle (1965), Thomas (1971), Szulc (1986), y Quirk (1993). La existencia de varias versiones plagadas de contradicciones requerían una corrección. Es Matthews quien acude al rescate afirmando:
    Todos los relatos de dicho evento necesitan ser reescritos, principalmente porque se realizó la primera cuidadosa compilación de la historia oficial del ataque, preparada por la sección de historia del departamento político de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR). Se publicó por vez primera en El Oficial, la revista de las FAR, y se republicó en Granma del 20 de julio de 1973 (1975: 50).
    El periodista norteamericano olvidó –o no conocía– los cuatro números de ese mes de julio de la Revista Bohemia. Si el propósito de los múltiples artículos era el sustituir las partes de los relatos anteriores que contenían ambigüedades con una versión más coherente que no presentara contradicciones, el régimen cometió un grave error. Los nuevos testimonios parecen haber contribuido a generar un efecto contrario.
    Muchas personas creen que fue el periodista norteamericano Herbert L. Matthews el autor del «mito de los doce». Sin embargo, en todo el texto de los reportajes que escribió sobre su entrevista con Castro en febrero de 1957, no aparece indicio alguno de que la tropa de Fidel Castro estaba compuesta por 12 combatientes. Todo lo contrario, los rebeldes le hicieron creen que eran muchos más de los que el periodista vio desfilar frente a él. Años después, en su biografía de Fidel Castro, Matthews escribiría un párrafo revelador:
    Una leyenda de la revolución cubana afirma que la insurrección en la Sierra Maestra comenzó con doce hombres. Eso depende en el día que se elige y a quién se cuenta, pero para propósitos históricos es una cifra aceptable.
    El señor Matthews parece creer que la historia se escribe por aproximación. No, no fueron 12 y esa es la verdad histórica que hay que difundir, sobre todo cuando tenemos a Fidel Castro repitiendo ad nauseatum que ÉL derrocó a la dictadura de Fulgencio Batista con tan solo 12 guerrilleros.
    Su colaboración incluyó la publicación de varios libros, entre ellos: The Cuban story en 1961, Fidel Castro en 1970 y Revolution in Cuba: An Essay in Understanding en 1975.
    No sorprende entonces que el régimen castrista le otorgara una alta condecoración que el propio Fidel Castro le impuso.

    José (Pepín) Álvarez
    Profesor Emérito
    Universidad de la Florida

    • Pepín, perdón, no había visto tu comentario. Me acabo de enterar de que esto tiene una bandeja de Spam, y me entró por ahí. No sé por qué.
      Tienes razón en que el tema de Matthews da para mucho más. El tipo fue un buen discípulo en la escuela de Willi Münzenberg.

  3. David Freeman dijo:

    Dentro de los diferentes documentos que por años he leído y estudiado sobre la «Guerra Civil Española» encontré la afirmación que Mathews ya desde esa época era al menos un «Compañero de Viaje», con todo lo que esa afirmación significa. Tal vez eso aclare el porqué «se dejó tomar el pelo» por el rufián en jefe.

  4. David Freeman dijo:

    En los papeles del Coronel José Jimenez Ungria, Jefe de los Servicios de Inteligencia de Franco, durante la Guerra Civil Española, aparece caracterizado H. Mathews como al menos un «Compañero de Viaje». Sus tratos secretos con el agente de Stalin de la KGB en España eran conocidos. Sus artículos sobre el Quinto Regimiento,(un ejército formado por Stalin) eran semejantes a la famosa entrevista al rufián en jefe. Y (con perdón de los que piensan que el levantamiento contra la República era condenable), lo que pretendía dicho bando que ahora muchos alaban era establecer en España un estado comunista, a imagen y semejanza del la URSS de Stalin. Un saludo y muchas gracias por tan excelente post.

  5. yamil dijo:

    perdone usted mi lenguaje, pero la verdad, estos son los tontos utiles, mas bien cabrones que defienden lo que no quieren vivir, desde un capitalismo de refrigerador lleno y auto con gasolina todo el tiempo el socialismo se ve muy muy lindo, ya cuando te vas acercando notas que al coche comunista le falta una goma, la pintura esta descascarada, un cristal esta roto, el freno no esta y el motor hace mucho que no funciona por falta de aceite, entonces es cuando de verdad comprendes lo que es ese sistema. Pero sucede que todos estos defensores del experimento nunca quieren vivir en carne propia lo que tanto defienden.

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