Con el extraordinario Diego Suárez en el programa “Voces que inspiran”

 

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Este es el enlace a la entrevista-conversación que tuve, hace un par de semanas, con Diego Suárez en Radio Martí.

Aclaro que el adjetivo del encabezamiento no es gratuito, Diego Suárez es un ser extraordinario en su energía, en su amor por Cuba y en su compromiso infatigable para con la causa de la libertad de los cubanos.

Pero lo es, además, y por encima de todo, por la generosidad que él y su esposa, la arquitecta Vilma del Prado, regalan sin preguntar nada y a la espera de menos.

Para mí Miami y la Florida siempre han sido sinónimos de una generosidad que nunca he creído merecer y que, quizás por eso, nunca ha dejado de asombrarme.

Cuando el tiempo pase sé que, entre los rostros y voces que mi memoria asociará con esa inmerecida generosidad estarán, en un lugar cimero, los de Vilma y su esposo Diego.

Uno de los ejemplos de esa generosidad fue el haberme invitado a la presentación del más reciente libro del abogado y politólogo boliviano Carlos Sánchez Berzaín. Me refiero a “Castrochavismo-Crimen Organizado en las Américas”.

Mientras escuchaba a Carlos Sánchez Berzaín explicar, de una forma precisa y detallada, los pasos o etapas que llevaron a esa pesadilla que hoy conocemos como Castrochavismo, me percaté de que muchos de esos pasos respondían al desmontaje de los mecanismos que las democracias tienen para defenderse, o para evitar sus derivas autoritarias.

La similitud con el Virus de Inmunodeficiencia Adquirida me saltó inmediatamente a la vista. Escuchando recordé que, mientras otros virus luchan, y casi siempre pierden, contra el sistema inmune de sus hospederos, el virus del SIDA se dedica simple y llanamente a desmontar, paso a paso, ese sistema inmune que podría derrotarlo.

Fue así como se me ocurrió el término de Síndrome de Demo Deficiencia Adquirida. Una estrategia de lucha contra las democracias en la que sus enemigos no buscan, al menos de inicio, su destrucción inmediata y evidente mediante la violencia. No, lo que buscan es desmontarla paso a paso y en una secuencia parecida a esta:

  1. Entrar en los sistemas democráticos mediante el placer del buenismo y los orgasmos populistas (como el virus del SIDA entra en sus hospederos).
  2. Insertarse dentro de esos sistemas mediante elecciones (como el virus del SIDA se inserta dentro de los linfocitos CD4).
  3. Diseminarse dentro del sistema democrático (como el virus del SIDA hace mediante creación de partículas virales que infestan a otros linfocitos CD4).
  4. Anular, mediante la corrupción, a esos sistemas de defensas de la democracia que, como el poder legislativo y el judicial, la separación de poderes, la constitucionalidad de los ejércitos, o la independencia de la prensa, permiten luchar contra el autoritarismo de una forma más eficiente (de la misma forma que el virus del SIDA interfiere con el funcionamiento normal del sistema inmune y termina provocando una inmunosupresión).
  5. Bajar las defensas y permitir la entrada, dentro de los sistemas democráticos, de elementos foráneos que, como el crimen organizado, las organizaciones terroristas o los servicios de Inteligencia de otros países, ayudan a la destrucción final de la democracia (como el virus del SIDA hace favoreciendo las llamadas infecciones oportunistas).
  6. Agotar las economías de los sistemas democráticos mientras se les utiliza para diseminar la infección a otros sistemas democráticos (como el virus del SIDA usa a sus hospederos para diseminarse).
  7. Hacer extraordinariamente difícil, mediante la sinonimia entre país y régimen, y un concepto medioeval de soberanía, cualquier ayuda exterior (de la misma forma que el virus del SIDA hace muy difícil y costoso los tratamientos, las curas y las vacunas).

Podría pensarse que todo lo anterior es, con un poco de imaginación, un recuento de las similitudes entre una sociedad y un sistema inmune, dos sistemas complejos con capacidad de adaptación que, como todos ellos, están condenados a compartir ciertas semejanzas.

Por desgracia creo que se trata de algo mucho más peligroso o, si se quiere, preocupante. Si miramos la historia del siglo XX vemos que las tres revoluciones de izquierda que asolaron a la humanidad en esa época no pudieron prescindir de la violencia para alcanzar sus objetivos de destrucción de las democracias.

Tanto la revolución rusa, como la china o la cubana hicieron uso de un terror temprano, e implacable, para anular los mecanismos de defensa de esas democracias que destruyeron o no dejaron nacer. En ese sentido el Castrochavismo, que Carlos Sánchez Berzaín describe tan bien en su libro, podría ser visto como una nueva receta para destruir democracias.

En el caso de Venezuela llama la atención que se trata de un país con una tradición democrática mucho más antigua y funcional (cuando llegó el Castrochavismo) que la que disfrutaron Rusia, China o Cuba antes de que llegaran sus desgracias.

Al mismo tiempo, en el caso de Venezuela estamos hablando de un país con recursos naturales, y con una riqueza económica que bien podrían haberle permitido solucionar muchos de sus problemas sociales sin caer en una deriva totalitaria. A pesar de eso, o quizás gracias a eso, los venezolanos no pudieron escapar de la pesadilla que hoy los atrapa.

Otra cosa que llama la atención en el caso del Castrochavismo es la forma en la que esa deriva totalitaria hizo uso de un concepto de soberanía que es cínica y desvergonzadamente asimétrico. Mientras La Habana, Moscú, Beijín y Teherán hacían y deshacían a sus antojos en Caracas, cualquier preocupación de los países vecinos era denunciada como una brutal e injusta injerencia en la sagrada soberanía venezolana.

Eso pudo suceder, claro está, gracias al hecho de que los enemigos de la democracia llevan un siglo coordinando sus ataques contra esta de una forma mucho más global, efectiva, y cínica, que la que usan las democracias para coordinar sus defensas.

Si miramos a organizaciones como el Comintern, el Movimiento No Alineado, la Tricontinental, el Foro de Sao Paulo, o la propia ONU, vemos que todas ellas han gozado de una gran rapidez, y de una coordinación casi coreográfica, a la hora de promover, justificar, y hacer oídos sordos y ojos ciegos ante los ataques de sus miembros a las democracias.

Del otro lado, sin embargo, las respuestas de las organizaciones de defensa de la democracia, o de los países dispuestos a defenderla, siempre han sido lentas, titubeantes, incompletas y pobremente coordinadas.

Las razones de esas limitaciones son muchas y muy variadas. Van desde el beneficio de la duda y el respeto a las leyes, hasta el hecho inobjetable de que muchos países vecinos se benefician, al menos de inicio, con la fuga de capital humano y financiero que siempre acompaña a las primeras etapas de cualquier deriva totalitaria.

Otra razón podría ser que desde el punto de vista evolutivo la historia del siglo XX puede ser vista como ese momento de la evolución en el que la humanidad dejó de ser una colección de órganos independientes (países) y pasó a ser un organismo multi orgánico (naciones globalizadas).

Ese paso de la evolución requiere, claro está, del surgimiento de una coordinación de los mecanismos de defensa; porque a partir de ese momento un ataque a cualquier órgano, lejos de significar un hecho aislado, se convierte en un ataque a todo el organismo.

Siguiendo esa lógica podemos reconocer,  metafóricamente, que mientras hongos, virus y bacterias llevan un siglo coordinando sus ataques a las democracias, estas todavía no han aprendido a defenderse de esos ataques de una forma eficiente y coordinada.

Es, salvando las distancias, como si el hígado sufriera una infección, nuestro cuerpo detectara la noxa y le enviara una señal a la médula ósea para que produjera más linfocitos y a estos, a su vez, para que empezaran a sintetizar los anticuerpos que podrían acabar con la infección.

Es, como si la médula ósea dijera que eso es un problema del hígado, o que el hígado les dijera a los anticuerpos que dejarlos entrar sería una afrenta a esa soberanía hepática que, ya sabemos, los hogos, virus y bacterias nunca respetan. Es como si un antibiótico o una vacuna no pudieran ser administrados para no violar la frontera de una piel enferma y condenada a desaparecer.

Algunos podrán pensar, con alivio, que mientras los Estados Unidos de Norteamérica existan, las democracias estarán defendidas por un campeón que podrá tardar en sus respuestas, que podrá fallar en coordinarlas con otros a la perfección, pero que eventualmente las llevará a cabo de una forma imparable y victoriosa.

Quiero y ruego que tengan razón. El único problema que tengo con ese alivio es que en los EE UU de hoy ya son evidentes los orgasmos climáticos del buenismo convertido en religión, los placeres inmediatos de creer en algo tan absurdo como el llamado socialismo democrático; o la adicción a cualquier otra de esas lujuriosas incontinencias que genera un populismo que algunos insisten en ver en un presidente para ignóralo en ellos.

En los EE UU de hoy hay senadores y congresistas que expresan de forma abierta su desprecio por la democracia estadounidense y su odio a todos aquellos que no compartan sus puntos de vistas. Hay fundamentalistas musulmanas queriendo legislar, hay imbéciles queriendo opinar y hay, aunque parezca mentira, excomunistas que se niegan a reconocer que estuvieron, y quizás todavía lo estén, bajo la influencia de la ideología más asesina de la Historia.

En los EE UU de hoy existen funcionarios del poder judicial que han conspirado para crear una campaña encaminada a ensuciar la imagen de un presidente que ellos detestan, pero que fue democráticamente elegido.

En los EE UU de hoy existen brigadas de respuesta rápida que usan esas técnicas de intimidación que los fascistas hicieron tan famosas. Esas brigadas tienen la desfachatez de presentarse, ante la nación americana, como Antifas o antifascistas.

En los EE UU de hoy hay miedo y represión al intercambio de ideas en las universidades, y en muchas de ellas hay un odio feroz y discriminatorio a la única nación democrática que existe en el Medio Oriente (Israel).

En los EE UU el poder judicial es acosado con asquerosos y estúpidos intentos de descrédito a algunos de los miembros del tribunal supremo de esa nación. Ataques que la ley, la ética y la lógica han demostrado como falsos en más de una ocasión, pero que continúan siendo utilizados por esos que odian la ley, la ética y la lógica.

En los EE UU hay graduados de West Point que se presentan en su graduación con una camiseta del sociópata asesino del Che Guevara y, mientras lo hacen, defienden la ideología más asesina de la historia de la humanidad (el comunismo).

En los EE UU el New York Times se parece cada vez más al Granma, y CNN se parece cada vez más al canal 6 de la televisión castrista y a Telesur.

En pocas palabras:

En los EE UU ya se empiezan a ver los signos iniciales del Síndrome de Demo Deficiencia Adquirida.

No hay tratamiento.

No hay vacuna.

Acerca de reynelaguilera

La Habana, 1963. Médico. Bioquímico. Escritor. Desde 1995 vive en Montreal.
Esta entrada fue publicada en Cuba. Guarda el enlace permanente.

2 respuestas a Con el extraordinario Diego Suárez en el programa “Voces que inspiran”

  1. Diego Suarez dijo:

    Querido cesar; Que sorpresa tan agradable ha sido para mi el articulo tuyo que acabo de leer,gracias por tu generocidad en los elogios ,pero el tema del artículo comparando la desgracia de la tragedia Cubana con una enfermedad es genial,explicando como ambas coinciden,impresionante.mis más sinceras Felicitaciones

  2. Don Diego, mi única generosidad ha sido reconocer algo que es tan verídico como el sol.
    En cuanto al resto del texto, bueno, lo había olvidado, y ahora volví a leerlo y la verdad es que no queda más remedio que reconocer que los Estados Unidos están sufriendo ya un Síndrome de Demo Deficiencia Adquirida. La infección ha avanzado desde que escribí este texto, y el tratamiento no se ve por ninguna parte. Es una pena.

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